domingo, 24 de febrero de 2013

Me llevas en el corazón y eso para mi ya es bastante.

Y te vas. Y las farolas lloran gotas de la última lluvia porque el sol también te echa de menos. Digo también porque me incluyo en tan melancólico propósito. 
Aquí, y ahora. Las últimas campanadas que despiden a las doce retumban en este vacío. 
Se acabó el baile Cenicienta. 
El frío viento de la ausencia de tu aliento me despeina el pelo y hace ascender tu olor al más oscuro rincón de mi mente.
Casi puedo tocarte. 
Y cierro los ojos. Y oigo llover. La lluvia lleva tu nombre. La lluvia me moja. Me empapa los labios de ti, y me pierdo prisionera en esta cárcel del tiempo que es recordarte cuando creo que nadie me mira. Digo creo porque sé que aún me observas. Me miras de soslayo  cuando crees que nadie más te mira y vuelves a desviar la mirada cuando la busco. Y me siento estúpida. 
Pero en mi estupidez, en mis pensamientos, en mi pequeñez crónica apareces por detrás y por sorpresa, me abrazas sonríes y casi puedo rozar el cielo cuando me susurras palabras al oído. Palabras que suenan demasiado bien: "Te...
Y para de llover. Y abro los ojos. Nunca ha estado lloviendo. Recojo la última lágrima que recorre mi mejilla izquierda. La observo por un segundo y más tarde la olvido.
Abro la puerta. 
Es hora de salir de aquí.