El sol se puso por última vez aquel verano y me pilló atrapada entre tus costillas, pequeña y débil buscando el camino de vuelta a casa mientras hacía equilibrismo sobre tu esternón.
Me levanté y me sujetaste con un dedo para decirme <<Quédate esta noche>>, y no supe contestar nada distinto a <<Tengo que volver a casa>>, provocando en ti una carcajada que casi me hizo caer al suelo.
Pero me miraste, con esos ojos verdes fijos y supe, que no había mejor casa que aquella. Construiste una cueva con tus manos para que pasara la noche perdida en ellas, y dejó de importarme el frío que precedía al sol poniente tras tu espalda.
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